«Si hubiera sido hombre de letras a lo mejor no hubiera conocido tanto mundo…» Lupe Pintor.

Dice Lupe Pintor que la vida es un ratito y que si pudiera la volvería a vivir, sin importar los golpes de un padre violento y una familia desintegrada. Volvería a aprender a boxear para defenderse de los mayores que lo fastidiaban y se subiría de nuevo a un cuadrilátero hasta escuchar el himno nacional fuera del país.

Incluso pasaría de nuevo por aquella noche trágica en Los Ángeles de los años 80, cuando el galés Johnny Owen perdió la vida a causa de los golpes del llamado Indio de Cuajimalpa. Lupe le ha llorado y soñado durante tantos años que ya hasta lo considera su amigo y su ángel protector. Don Lupe, como le dice su esposa Virginia, acaba de cumplir 58 años… y está listo para volver a contar parte de su historia.

La vida en los puños de Lupe Pintor:
22/04/2013: JC Vargas/www.excelsior.com.mx

¿Sabes porqué me dediqué al boxeo?

«Soy miembro de una familia desintegrada por culpa de un hombre agresivo, violento y muy cabrón. Guadalupe Pintor se llama, igual que yo. Con él anduvimos de aquí para allá, a golpes y maltratos. Así crecimos, en un barrio de Cuajimalpa sin pavimento ni carretera. Un rancho donde me llamaban el Grillo y era nevero. Te estoy hablando de hace 50 años. Tenía ocho años cuando unos chamacos de 12 y 13 años me quitaban el dinero, mis cosas y no se cansaban de patearme. Yo pensaba a cada rato, “cuando sea grande le voy a partir la madre a ese guëy”, al más grande y gandalla.

Por eso, a los 13 años entré al box, sin que se enteraran en el barrio. Aprendí a defenderme y traía mucho resentimiento. A muchos de ellos les di en la madre, a varios de ellos los mataron muy chavos. Pronto me hice boxeador de diez rounds, pero en Cuajimalpa nadie lo sabía. Me hice muy popular repartiendo moquetes en el barrio, traía mucha rabia. Al que más ganas le tenía un día me vio y me dio una patada, uyyy, le puse una madriza. Regresó con sus hermanas y hasta a ellas les di de moquetes. Todavía aguantaba la violencia de mi pa’, quien me ponía a ayudarle en su tienda. Una vez me estaba gritando y le dije que no tenía cuatro manos. Me golpeó de nuevo. Lo detuve, yo le hablaba de usted, por respeto.

Esa vez le dije:

“me vuelves a tocar y te pongo en la madre”. Me corrió de la casa. Era de madrugada. Me fui a vivir a casa de mi ma’ y de ahí vivir dos o tres años en el Comité Olímpico Mexicano. Después, en 1974, me hice boxeador profesional.

Una vez me tocó pelear en San Antonio contra un joven de Coahuila. Gaby Cantera. Me tumbó en el segundo round y desde ese momento quedé desconectado. Desperté en la regadera, cuando un chorro de agua cayó sobre mi cabeza. Ay güey, ¿qué me pasó?, pensé. Salí del baño en el hotel y estaba el chofer que me traía de aquí para allá. Le pregunté qué pasó en la pelea y se me quedó mirando raro. Extrañado me respondió que gané en el octavo asalto. Y yo que pensaba que me había noqueado aquel amigo. Me dijo el chofer que me levanté y que seguí peleando hasta noquear al rival, que luego me fui al vestidor, tomé mis cosas y le pedí me llevara al hotel. Sigo sin recordar qué pasó aquella noche…»

¿Te acuerdas lo que te dije sobre pelear desconectado?

«Creo que así le pasó a Johnny Owen, el día que peleamos en Los Ángeles. Por más golpes que le daba, él seguía soltando guantazos hasta que cayó el pobrecito y ya no se levantó. Fue en septiembre de 1980 y fue algo que me afectó de por vida. El día que yo me muera, en ese recuento que dicen que hay de tu vida, va a pasar Johnny. Duró 46 días en coma, yo quería asomarme al hospital donde estaba internado y no me dejaron verlo. Cuando me enteré que el flaco había muerto me sentí acabado.

Era pelea de campeonato mundial gallo, él era muy educado, muy delgado, se me acercó antes de la pelea y me dijo que de grande quería ser como yo. También me aseguró, decentemente, que me ganaría aquella noche. Yo le contesté que en el ring se iba a saber. Lo que no sabíamos ambos fue que uno quedaría en coma, que sus padres se derrumbarían y que el otro, el superviviente, quedaría marcado para toda la vida. Hubiera preferido que se muriera otro, pero no Johnny. Desde entonces le he llorado muchas veces. Lo que no esperaba es que 22 años después de la pelea (2002) se apareciera un señor en la puerta de mi casa, me dijera que era Dick Owen, padre de Johnny, y que esperaba que lo acompañara con su esposa Edith al pueblito donde nació el flaco (Merthyr Tydfil); que le iban a develar una estatua a su hijo fallecido y que sentían la necesidad de que yo estuviera presente. Fue algo incómodo, pero allá todos me trataron bien, su padre me dijo que todo estaba perdonado.

Lo que son las cosas, al flaco Johnny lo he soñado muchas veces, pero en ninguna se repite el drama que ocurrió arriba del ring. Siempre lo sueño en época de niños, jugando en Cuajimalpa o en su pueblo, los dos retándonos a las canicas y haciendo trampa. Luego haciendo planes sobre el futuro. Nos empujamos en son de broma…»

«El sueño se ha repetido muchas veces, pero siempre de chamacos, algo que nunca ocurrió. Dice mi mujer que Johnny es mi ángel, yo lo siento así, que me cuida cuando hay peligro. A lo mejor es mi imaginación, pero ése es mi sentimiento.

¿Su papá ya murió?

No lo sabía. Pobre señor, supe que se tiró al vicio, que andaba por las calles, perdido. También le lloraba mucho al flaco.

¿La pelea?

La tengo grabada, pero no la veo. Aunque siempre que ocurre una tragedia arriba del cuadrilátero los medios de comunicación reviven de inmediato aquel combate entre el galés Johnny Owen y Lupe Pintor. Entonces me buscan los reporteros para repetir una y otra vez qué fue lo que sucedió en Los Ángeles aquel 19 de septiembre de 1980. Yo les repito que Owen no se quería caer, que decía que me quería ganar. Es una pelea que nunca me dejará en paz.

Ya tengo 58 años, los acabo de cumplir hace un par de sábados. De boxeador me quedaron los cinturones que gané como campeón del mundo, me quedó esta nariz marcada, nomás. Tengo la mandíbula rota y piezas dentales postizas, pero eso fue abajo del ring. Me madreó una Kawasaki mil 200 en el 82. Fueron seis años de campeón del mundo en las categorías gallo y supergallo en el Consejo Mundial de Box. Este cinturón, el gallo, se lo arrebaté a Carlos Zárate. Gran boxeador, pero abajo del ring una mala persona. Hasta la fecha dice que le gané a la mala. El otro, el supergallo, fue cuando le gané a Juan Meza.

Sigo pegándole a la pera y al costal, también salto la cuerda. Entreno a hijos de empresarios y políticos, me pagan muy bien. ¿Nombres?, ¿para qué quieres saber? También colaboro en el Ejército y la Marina. Doy charlas motivacionales, de vivencias, a los soldados y a sus familiares. Los invito a la lectura de la Biblia y otros textos, que se alejen de las drogas.

Una vez me pusieron en la mesa un rico surtido de droga y me dio miedo. Fue en la época de campeón del mundo. Cuando eres campeón te llegan muchas tentaciones y a mí me llegaron durante seis años. Tengo hijos grandes que cayeron en las drogas y eso te afecta. Me casé cuatro veces y tengo hijos e hijas ya grandes. Con Virginia, mi actual esposa, tengo tres: Diego (Maradona), Alexis (Argüello) y Lupe (Pintor).

¿Peleas amañadas?, no sé. El único que no se entera es el boxeador. ¿Amigos?: Salvador Sánchez, Pipino, La Chiquita, Finito, Terrible, Sugar, Marvin Hagler. El Púas fue mi ídolo, ahora lo es Julio César Chávez, el mejor peleador que ha tenido México. También hice una película Torito puños de oro, era el malo. Me atreví porque necesitaba dinero, pero yo nací para repartir madrazos no para hacer esas jaladas.

Siempre digo que la vida es un ratito y hay que disfrutarla. Si vuelvo a nacer soy boxeador y otra vez me asomo en Cuajimalpa. Volvería a recibir los golpes de mi pa’ y de nuevo a madrear a los gallitos del barrio. Volvería, incluso, a subirme al ring contra Johnny Owen, para volverle a llorar.

Si hubiera sido hombre de letras a lo mejor no hubiera conocido tanto mundo. Te digo, la vida es un ratito…»

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